Muchas empresas se hacen esta pregunta cuando deciden dar el salto fuera de sus fronteras: ¿Cómo exporto mi producto? ¿Cuál es la mejor forma para hacerlo sin asumir más riesgos de los necesarios?
La realidad es que no existe una única vía. Hay varias formas de exportar, y cada una tiene sus ventajas, desventajas y momentos ideales. Lo importante es elegir la que mejor se adapte a tu situación actual y a tus objetivos.
En este artículo te explicamos las principales opciones para que puedas tomar una decisión.
Esta es la opción para quienes quieren controlar el proceso de principio a fin. Vendes directamente desde tu empresa en España al cliente en el extranjero. Puede ser un distribuidor, una tienda, o incluso un restaurante.
Por ejemplo, una bodega riojana empezó así en Bélgica: iban a ferias, organizaban catas, conocieron importadores… y en cuestión de un año, ya tenían una red propia. Es más esfuerzo, sí, pero también más beneficio.
Ideal para: empresas con experiencia exportadora, productos con alto valor añadido o cuando se busca construir marca a largo plazo.
¿No tienes tiempo ni equipo para lanzarte a lo grande? Entonces esta opción te puede interesar. Aquí vendes tu producto a un intermediario español (una empresa exportadora, un trader…), y él se encarga de todo: buscar compradores, enviar, cobrar.
Muchos clientes empiezan así para no arriesgar mucho. Funciona bien cuando aún no conoces el mercado o simplemente quieres probar.
Ideal para: empresas que se inician en la exportación o que quieren probar nuevos mercados sin comprometer recursos.
Esta opción es muy interesante si tienes una marca consolidada o un producto con valor añadido. En lugar de exportar el producto, cedes los derechos a una empresa local para que lo fabrique o lo comercialice bajo tu marca.
Otro ejemplo sería de una empresa española de conservas gourmet qué firmó una licencia con una distribuidora en Nueva York. Ellos se encargaban de producir versiones adaptadas al paladar americano, pero respetando el origen y la identidad de marca. Resultado: menos inversión, más expansión.
Ideal para: productos con alto componente de marca o know-how, como alimentos con denominación de origen, tecnología o servicios.
¿El mercado objetivo es complejo, tiene mucha regulación o necesitas adaptarte a costumbres locales? Entonces asociarte con una empresa del país puede ser una buena jugada. Se forma una sociedad entre ambos: compartís inversión, riesgos… y también beneficios.
Lo vemos mucho en cosmética, alimentación funcional o productos con requisitos legales muy estrictos.
Tu socio local conoce el terreno, los canales y la cultura.
Ideal para: mercados complejos o regulados, o cuando se requiere adaptación importante del producto.
Cuando ya tienes claro que ese mercado es estratégico para tu empresa, puedes dar el gran paso: abrir una sede, oficina, almacén o incluso planta de producción en el país destino. Es una apuesta seria, pero también una declaración de intenciones.
Lo hacen muchas empresas cuando ya llevan años exportando y quieren consolidar su presencia, mejorar logística o reforzar la atención al cliente local.
No es para todos los bolsillos: requiere inversión, estructura y paciencia.
Ideal para: empresas con fuerte presencia internacional o que buscan consolidarse a largo plazo en un mercado clave.
No todas las empresas están en el mismo punto. Lo ideal es hacerse estas preguntas antes de lanzarse:
¿Tienes experiencia exportando?
¿Puedes asumir costes logísticos o comerciales?
¿Tu producto necesita adaptación local?
En Linkingmarket, ayudamos a empresas como la tuya a analizar estas variables y decidir la mejor estrategia. Porque exportar no es solo vender fuera: es construir una presencia sólida, rentable y sostenible en otros mercados.